viernes, octubre 10

La Pared

Cuando se vive con alguien, solemos preguntar a aquellas personas que ellas ven cuando nos miran. Les preguntamos si vivir con nosotros es una tarea posible o si ya piensan que somos totalmente aburridos, o sea, no valemos más ni el «buenos días» que recibimos. Aceptemos: esto ocurre con muchos de nosotros. Es algo que no se puede evitar.

Si, entre amigos, situaciones como esa tienen lugar con frecuencia, entre una pareja, ellas no solamente acontecen sino también tienen consecuencias «peligrosas» - (vamos a llamarlas así) -. Algunas personas se deprimen, otras se alegran; hay un montón de posibilidades.

Por beber del veneno malevo de tu amor
yo quedé moribundo y lleno de dolor
respiré de ese humo amargo de tu adiós
y desde que tú te fuiste yo solo tengo [la camisa negra] …

(fragmento de La Camisa Negra, canción escrita por Juanes y Octavio Mesa.)

-----------------------------------------------

La Pared
¿Con un cuento, cuento cuanto querría contar?


Siempre tengo una idea en progreso en mi mente. Siempre tuve muchas. Soy listo, me lo dirían. Pensaba que jamás conocería a alguien que pudiera burlarse de mí. Algunas personas me decían que yo no tenía muchos amigos porque ellos no eran suficientemente pacientes. Me decían también que yo no sabía confiar en las personas; que todo lo que me decían era mentira; que no aceptaba ser vencido; que nadie podría ser mejor que yo en alguna cosa, cualquier cosa.

Me es imposible decir como ahora he decidido dáselos oídos por tan grande absurdo que me han dicho en aquellos momentos. Algo no está bien. Este no soy yo. ¿Si todos en mi alrededor me juzgaban por no importarme con lo que hablaban, porque sin cualquier razón coherente, se lo comenzaría? Creo que no puedo contestar a esta cuestión, pero puedo decir que detrás de todo eso, el nombre América está presente.

Cuando por su primera vez llegó a mí aquel nombre, pensé: «Es apenas uno más a que llegamos, le elegimos nuestro favorito y intentamos buscar lo que hay de mejor que todos en algo.» Hacía mucho tempo no me equivocaba cuando miraba a algo así por la primera vez. Sin embargo, no miré a aquella persona con el debido respeto porque cuando la vi por la segunda, me sorprendí, no lo niego. Pienso que aquello nunca antes me había acontecido. Fue paralizado por su real imagen.

El sol que iluminaba sus tan vivos colores, comenzando por el bello blanco como lo de la más pura arena, el reluciente azul como lo del más límpido océano y el brillante amarillo como lo del oro más extraordinario caracterizaban lo que veíamos tan maravillados. Cuando apareció delante de nosotros, no lográbamos pestañear. Era una visión increíble. Ni lo más reservado consiguió contenerse sin hacer un comentario. Guzmán era el apellido de una de las más bellas mujeres que ya habían estado en Benasque.

Hay momentos en nuestras vidas en que nuestros sentimientos nos parecen tenernos abandonados. Conmigo, en aquella tarde de invierno a las cuatro de la tarde, mis celos, mi furia, mi angustia... todos decidieron que era el chance de reaparecer para mí. Las miradas de aquellos animales hacia la recién llegada me estaban consumiendo hasta los pies.

Después de la agitación, tuve la oportunidad de hablar con ella. Le pregunté porque estaba en nuestra pequeña ciudad – no tan pequeña porque somos más que dos mil –. Ella me dice que estaba cansada de la vida en Zaragoza. Buscaba sosiego y creía que Benasque sería una buena opción porque le gustaba mucho la idea de vivir cerca de las montañas. Me alegró saber que a alguien más le gustaba la vida tranquila, sin muchas exageraciones. Cuando anocheció, tuvo que irse pues aún necesitaba organizarse; había llegado en la ciudad en la mañana – la primera vez en que la vi – pero sus ropas y otros objetos no estaban en orden en su nueva casa.

Se fueran días, semanas, meses. América y yo estábamos conviviendo muy bien. Nuestras casas eran cercanas así que nos veíamos casi todos los días. Después de treinta y cuatro años viviendo cercado por personas que no me comprendían, pensaba que no encontraría alguien como ella. Poco sabía de aquella mujer, pero me quedaba satisfecho porque a ella también no le gustaba investigar la vida de las personas como cerdos en una pocilga.

Creo que nuestros rasgos de carácter, que a mí me parecían relativamente diferentes, estaban complementándose sin mayores problemas. A lo largo de los meses de convivencia que venían, en una manera bastante gradual, aprendíamos sobre las nuestras naturalezas. Me acuerdo de un día en que América llamó a me para un almuerzo en su casa. Iba a preparar un plato muy popular de nuestra región, el ternasco asado y mechado, y me dije que me gustaría mucho porque era su especialidad gastronómica. Cuando llegué a su casa, vi una cuantidad muy grande de adornos por toda la casa, lo que me sorprendió mucho.

Le pregunté se era una data especial para ella y, con una bella sonrisa en su rostro, me dice que sí. Percibí que no me había comprendido bien. Quisiera saber se era su cumpleaños o algo así. Sorprendiéndome una vez más, me respondió: «Tu visita a mi casa». Me quedé tan estupefacto como en la primera vez en que le había visto. Aquella mujer me había cogido a mí de sorpresa. Incluso, para que yo no tuviera ninguna duda, le pregunté si alguien le había comprado las flores que estaban en la sala de estar. Confirmándome y sorprendiéndome otra vez, me dice: «Nadie me las compró, yo misma las compré». Un día para no se olvidar, yo me dije.

Mis sentidos me decían que aquella historia estaba muy irreal. Me puse nervioso conmigo mismo. ¡Yo no sabía lo que podría hacer! ¿Qué hechizo aquella mujer me había hecho? Me sentí preso a sus decisiones, sin ruta para huir. ¿Sería una trampa? ¿Aquellos vecinos envidiosos estaban con un complot contra mí? América no podría estar de acuerdo con eso. Preferí esperar por los próximos eventos.

Después de aquél día, me ausenté por un cierto espacio de tiempo. ¿Así como yo, América me echaría de menos? Porque yo ya le echaba desde que salí de su casa en aquél domingo. A lo largo de la semana, me quedé esperando por su llamada. Estaba testeándola. Ocho días se pasaron y ella no me llamaba, no me visitaba, no mi mandaba una señal, nada. Me puse demasiado nervioso y tuve que irme a verla. Cuando llegué a su casa, vi que nadie me contestaba a la puerta.
.
¡Estaba burlándose de mí! ¡Cierto que sí! No estaba equivocado. Sin embargo, me arrepentí de hacerlo. Como sospeché, ella mintió. No estaba allá, no estaba en parte alguna. Se fue y nunca más volvió. Nunca más volví a verla, tampoco nadie más. Un mes después supe que había sufrido un ataque al corazón...Veinte años se pasaron y aún me recuerdo de aquel almuerzo como si fuera hoy.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y porqué se llama "la pared" este cuento? No pude hacer la relación. Pero es muy bonito tu cuento.

PRONATEC COPA dijo...

muy bueno el cuento chico!!!


besos!!

Pablo Gimenez dijo...

El chico del cuento me pareció muy inseguro. Creo que su miedo es la pared: construcción vertical que cierra un espacio y lo separa de otro.

Elzimar dijo...

Muy bueno el cuento. Encontré interesante el nombre del personaje femenino: AMÉRICA (¿IRACEMA?).